EL MUNDO DE LA MÚSICA, Capítulo X (1) El Romanticismo

El Romanticismo (1800-1890)
La época del Romanticismo nos ofrece un cuadro muy complejo. Su esencia es comparable a un adolescente lleno de conflictos internos e idealismos frustrados. La multiplicidad de las inquietudes, las aspiraciones y las ambiciones iban acompañadas de un deseo creciente de escapar a la realidad cotidiana. El romanticismo estaba obsesionado con la individualidad y la originalidad, la búsqueda de lo inalcanzable y lo místico. La música se consideraba la expresión más elevada del arte por su capacidad para expresar lo indecible y comunicar los sentimientos sin palabras. <<La música genuina llena el alma con miles de cosas mejor que  las palabras>>  (Félix Mendelssohn).



Todo ello se manifestó en un gran entusiasmo por la naturaleza y por todo lo que, por estar distante en el tiempo y en el espacio, resultaba más cercano en el mundo de la ilusión. Al mismo tiempo se exaltaban el nacionalismo y el patriotismo, dando lugar a un “romanticismo nacional”, que fue una de las características más notables de este periodo.

            El músico romántico se consideraba intérprete de toda la Humanidad, pero, al mismo tiempo, rechazaba sus obligaciones sociales por juzgarlas como impedimentos para el libre desarrollo de sus facultades creadoras. Sostenía que la música debía ponerse sobre las demás artes porque su contenido transcendental la hacía netamente romántica. El ideal universalista no impidió el surgimiento de los nacionalismos, y el gusto por lo exótico condujo tanto al primitivismo como al racismo. Desde el punto de vista musical, el dualismo se manifestó en el contraste entre la música de cámara y las salas de concierto. El arte sustituyó a la religión, y el artista se convirtió en el sumo sacerdote, alguien que mostraba a los demás el profundo sentido de la vida a través de su propio sufrimiento.

No es de extrañar que ésta fuese, sobre todo, una época de poesía, en la que el mutuo intercambio entre poesía y música tenía lugar en ambas direcciones. La poesía se musicalizaba en busca de nuevos efectos de ritmo y sonoridad, en tanto que la música se hacía poética. Así el “Lied”- canción alemana – se convirtió en el género romántico por antonomasia, pues aunaba música y poesía, y alcanzaba un nuevo nivel de intensidad expresiva. Tanto en la canción como en la ópera, se confió a la música la misión de acompañar a la palabra, mientras los compositores de música pura instrumental buscaban en la literatura apoyo para crear nuevas formas como el poema sinfónico y las piezas líricas. La música programática experimentó un nuevo impulso.

 El poema sinfónico es una composición orquestal que, desde la primera a la última nota, expresa un contenido programático, mientras que las piezas líricas son cuadritos que describen un estado de ánimo o una atmósfera, escritos generalmente para piano, como las romanzas sin palabras de Mendelssohn, las piezas fantásticas deSchumann, o las piezas líricas deGrieg.



Debido al énfasis en la originalidad, las formas clásicas se adaptaron a la anhelada expresividad, se encogieron tanto como se agigantaron: la miniatura musical –pieza de poco más de un minuto- hizo fortuna, y las óperas de Berlioz o Wagner, así como las sinfonías de Bruckner y Mahler, alcanzaron un tamaño colosal. Buscando siempre más originalidad, el vocabulario armónico y las posibilidades de instrumentación también se expandieron. El color orquestal y el timbre instrumental alcanzaron la importancia que, en el periodo clásico, tenía el equilibrio. Aunque algunos compositores lucharon por defender las ideas clásicas, el Romanticismo se entregó de lleno a la búsqueda constante de lo nuevo, lo que abrió el camino que conduciría a los cambios radicales de las dos primeras décadas del siglo XX, cuando la música tonal, tal como se concebía desde el siglo XVII, llegaría a su fin.

Al periodo comprendido entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del siglo XX, se le llamó “Neorromanticismo” o “Romanticismo tardío”, en el que la música experimentó un retorno a los principios estructurales de la tonalidad que se oponían al principio básico de la originalidad, fuerza motriz del romanticismo de principios del siglo XIX. La ruptura de la forma y la amplitud de las fronteras de la tonalidad crearon un entorno absolutamente nuevo. En lugar de un flujo unificado de evolución artística, surgió un panorama en el que numerosas corrientes diferentes fluían y se entrecruzaban simultáneamente. En la segunda mitad del siglo XIX, los dos compositores más excelsos del periodo, Wagner y Brahms, que prolongaron conscientemente el legado de Beethoven, terminaron por representar los dos polos opuestos del ideal romántico. Paradójicamente, ninguno de los dos dejó un legado que otros compositores fuesen capaces de continuar. La enorme influencia de Wagner se notó menos en el ámbito de la ópera que en el de la música sinfónica: Gustav Mahler y Anton Bruckner, son los dos grandes sinfonistas del siglo. Por su parte, el artista más influenciado por Brahms: Arnold Schoenberg sería el responsable, según la opinión de muchos, de la destrucción de los modelos clásicos de música culta.
Así pues, el ideal romántico contenía, ya en su nacimiento, la semilla de su propia destrucción.
 Academia de Santa Cecilia

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